jueves, 25 de octubre de 2007

La Gran Z

La Gran Zeta



En la Moncloa de España, do juran los hijosdalgo, hubo un pájaro canoro que trinaba mientras revoloteaba por salones y dependencias. Era el Nuevo Z. Quitarse el mote antiguo de ZP le daba la impresión de salir de la tintorería: había tragado mucho por él, que si zetapeta, que si zape, que si zapatiesto. Bien que había avisado en la otra campaña, antes de las bombas:

-¿Seguro, Pepiño?

-Lo que yo te diga, José Luis. ¿Sabes por qué aguantó tanto Felipe en el gobierno aunque le pillaban gente llevándose la caja? Porque se llamaba Felipe. No es un nombre común pero tampoco exagerado. O sea, eso no le hubiera salido de llamarse Joshua. Fe-li-pe: tres sílabas. Lo justo. No de cuatro, que se hacen engorrosos: “Mariano” llena demasiado la boca y suena a chiste del Forges. A Felipe todos le llamaban Felipe y era como charlar de un conocido, de un amiguete. Nos hubiéramos reído si alguien lo llega a llamar Excelentísimo Felipe. Y no creas que no lo potenció con aquellos homenajes al F.L.P, frente de liberación popular, o sea, puro realismo mágico.

¿Y por qué no puedo llamarme como me llamo, hombre? Lo de ZP fue una esquizofrenia, todos cambiados. Mi mujer se me quedaba mirando, como abstraída, y al final me decía ¡ZP! y se moría de risa.

-Un nombre compuesto no es buen conceto, presidente. Fíjate en Aznar. Tuvo que coger el apellido porque lo de José María tenía cuatro sílabas, justo como Zapatero. Además, el intento de llamarlo Josemari quedaba algo amariconado. Siempre te digo que cuatro sílabas empalagan, y menos mal que te he quitado el vicio de decir “solidaridad”. Pero lo tuyo sería peor que lo de Josemari: “Joselu”, no te digo más. ¿Crees que un buen socialista, pendiente de la revolución, puede votar a un Joselu sin que se le salte un pendiente?

-En lo de Joselu llevas razón. Y con la Z, , mucho mejor que ZP, incluso si me dicen que soy el último del abecedario, puedo responder que no soy el último del alfabeto sino el primero del mañana.

-Mal conceto y no quieras saber por qué sin ponerte la camisa azul. Hace cuatro años ya estuvo mal lo de “Por una España Mejor” de los carteles, recuerda. Y eso de “los primeros del mañana traería sus dimes y diretes falangistas.

-¿Seguro? Queda propio y al alcance de cualquier mente socialista. Hace pensar, Pepiño. Como si fuera a amanecer.

-¿Ves lo que digo? Esto es el Psoe y aquí no amanece. No fastidiemos José Luis. En los tiempos de Felipe no se pudo hacer nada por un diputado nuestro que dijo en televisión que le gustaba cantar. El tío quería apuntarse el tanto de tocar el piano, que es grande y siempre hace inteligente, pero el analfabeto cantó eso de “Yo te daré, te daré una cosa”.

-Te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo solo sé: ¡Café! -terminó el Nuevo Z. Es como regional, música popular inocua.

-Ahí, ahí le duele. En la inocuidad. ¿Sabes cómo se escribe ese café que cantas? C.A.F.E. o sea “Camaradas Arriba Falange Española”, y era la canción consigna de los conjurados para el 18 de julio, como lo de “Grándola” de los portugueses. ¿No se te hacía raro que dar café fuera algo que sólo sabía el que cantaba?

-Bien mirado, Pepiño... Menos mal que estás tú para andar con pies de plomo.

Pero a los pocos días el señor Zapatero se había aclimatado a la nueva fe de bautismo y se sentía como Señor Z, o sea, al estilo de aquel Mister T del quipo A, pero con el cuello más largo. Además, había tenido una idea y de ahí que trinara bellamente por la Moncloa. También trinaría por la Zarzuela si le llevaran. Se trataba de la fiebre de Hollywood.

-¡Ah, Pepiño! -exclamó llegándose al secuaz en un vuelo de gorrión- Ayer vi en Canal Plus una cosa de el Zorro. Qué tío. Un pistolero a sable. Y todos llevándole la contra con sable en vez de darle un tiro. Qué merluzos. O sea el Gran Z y venga a firmar en el culo de los malos con tres cortes de cuchilla. ¡Qué propaganda! ¿Habías pensado en ello?

-Sí, pero aún dudo. Hay que ser familiar pero no histrión. Piensa en lo del zorro en el gallinero y también en el zorrocloco. En el cine sólo te enseñan lo bonito, pero todo es fingimiento y tramoya.

-¿Cuándo hacemos el vídeo del Gran Zorro? Estás cansado de explicarme lo bueno que es que hablen de uno aunque digan la verdad.

-Dicen los americanos que no hay publicidad mala. Y, otro, que si le dan mil millones de dólares hace presidente al más tonto de Estados Unidos. Pero son leyendas. Puede que hasta leyendas urbanas. ¿Crees que no he pensando en lo que pasaría si todas las presentadoras de telediarios de nuestras televisiones dijeran al empezar “Zetas noches”? ¿Te votarían más o menos? Es un misterio. Decir Zetas noches sin explicarlo, porque José Luis, hijo, no se te entiende mucho. La derecha extrema te llama “el reduplicado”.



-¿Y por qué no hacemos lo del Zetas Noches? ¿Por lo que digan los derechistas y banqueros?

-Tiene que haber un límite para la dignidad del cargo, hombre. Sonreír, sí, pero no hacer el payaso. No podemos anunciarte como si fueras cacao maravillao o mayonesa.

-¿No?

-No. Ni tampoco ponerte una canción de esas pegadizas, “lo toma el socialista y se hace el amo de la pista”.

-Pero un vídeo sí se puede, Pepe. De negro; un pañuelo amarrado a la chola y un sombrero cordobés. Por ahí va el Gran Zeta redimiendo a los pobres y enderezando entuertos a cintarazos. Los maleantes y los indocumentados temiendo en la noche, no sea que les salga y los pinche como a una aceituna.
-¿Y el sable? ¿Y el caballo?

-El caballo puede estar suelto en los jardines: además, hay que dar pistas porque lo bueno del Zorro es que todos saben quien es, menos los malos de la película. Si ven el caballo los periodistas dirán “Ya está: Zapatero es el Gran Zorro”. Y el sable puede ser una faca de siete muelles, que impresiona. Además, si a la gente le gusta el Banderas de Zorro, ¿voy a ser menos? ¿Qué tiene él que no tenga yo, si se exceptúa a Melanie? No es por presumir pero bien garrido y lozano soy. ¿No me eligieron por eso, porque parece que no he roto un plato? Y me doy un aire a Tony Perkins.

Para don Pepe Blanco no era un buen conceto hacer un vídeo de Zapatero-Zorro, aunque fuera verdad eso de que no había publicidad mala. Si le apetecían los disfraces, ¿por qué no una tanda de fotos en Elle, con uniforme de tenista, que suele sentar, o montando a caballo con la gorrita negra y pantalones briches, besando, como a escondidas, a una hollywoodiense, pilotando un Airbús de los gordos o colgando un muñeco a Rajoy en el Parlamento?. “Pero -se dijo- no se llega a presidente sin ser algo ocecado”.

Así que cedió a la fuerza y colaboró con una faja de esas que algunos se ponen con el esmoquin. Doña Son entregó un cordobés negro de una vez que la invitaron a una capea, y el presidente sacó una camisa negra, con mangas que se abombaban en el puño, de las que se probó en los mítines. Y un par de gafas de sol para antifaz.

La faca para la faja tuvo que ser de latón con arabescos, de esas que ponen “Recuerdo de Graná”, y no hubo botas hasta que participó el ayudante de su cuarto militar, don Zenón.

-Seguro que algún guardia de la guardia -o sea, me entiende- tiene botas altas, Zenón.

-No, Zeñor. No tenemoz caballería. Pero yo zí. Lo dejé cuando el caballo ze me cayó encima.

-Dese la vuelta y enséñeme el pie.

De todos es sabido que para verle el pie a un ayudante hay que ponerle de espaldas y rogarle que doble la rodilla, como para herrarle. De lo contrario, o sea de frente, tienden a caerse.

-Tráigalas, Zenón. ¿Dónde te has metido, Pepe? Ya hay botas.

-Le he vizto zalir hace un inztante.

Al final, con el Gran Zeta bien aparejado, se llegaron a Princesa, a una cervecería de estudiantes donde, según don Pepe, nadie pestañearía aunque entrara alguien vestido de conejo. Así comprobarían la potencia mediática del Gran Zorro. Si llamaba la atención a los jóvenes habría vídeo.

Introducidos los guardaespaldas, apenas catorce o quince, entraron Pepiño y el Gran Zorro en persona.

-Te esperaba ayer. -le dijo el barman.

-¿A mí?

-¿Y a quién si no? Dijiste que ayer vendrías a liquidar y no has liquidado. Bien generoso estabas el lunes invitando y persiguiendo a esa titi de medicina. La lástima fue que no tuviste los doscientos europeos.

El Gran Zorro tocóse la faca de latón, comprobó el sombrero y se miró las botas, que brillaban, negras, sobre los cadáveres de mejillón.

-Oye -dijo al fin, muy juvenil-, que se me había olvidado.

-No me extraña: le diste un buen sorbo a la casa Mahou.

No es conveniente desconcertar a un Presidente vestido de El Zorro. Es natural que se sienta ridículo de por sí, pero si se le reclama una deuda de doscientos europeos en lugar de preguntarle qué va a ser, se atranca y la mente le hace un bucle.

-¿Doscientos, dices?

-Sin propina, doscientos. Y lo que cuelgue.

-Pepe -dijo el señor Z sacándose las gafas y el sombrero antes de que se le saltaran- ¿Puedes prestarme doscientos euros.

-Pero ¿qué te has tomado, “Joselu?”

-Venga la pasta y calla.

El camarero sonreía. Pepiño sonreía, aunque algo más de torcido. Algún escolta sonreía fingiendo toser. El mundo parecía haber retornado de Hollywood a la razón, decidido a aplicar las rígidas normas para presidentes. Ya en la Moncloa, don José B. quiso disfrutar algo más del éxito:

-Cuando quieras hacer ese vídeo del Gran Zorro...

-Antes, de lagarterana, Pepe. El propio Felipe quiso vestirse de eso.

Había tristeza en su voz.

Lo que no sabía es que, mientras buscaba las botas, su fiel seguidor llamaba a la cervecería, porque el barman era un buen militante y quería entrar en Hacienda.

-Llegaré dentro de un rato con un tío vestido de negro. Le reclamas veinte euros y ya está.

Pero el cervecero era un socialista despierto y, al reconocer al señor Nuevo Z, pidió doscientos. Ya que se hacen las cosas, que tengan realismo.

-Antes, de lagarterana, Pepiño. -insistía el presidente, y no daba muestras de acordarse de las doscientas macarias extraídas a don Pepe, aquel cerebro que no pudo consentir que el presidente de todos estropeara la campaña con aquellas botas altas de fascista nazi. El sombrero, en cambio, le favorecía.

-He pensado -dijo Zetapé Zeta- en un verso de Zorrilla para soltar en la aprobación de la Memoria Histórica: “Si mala vida os quité, peor sepultura os di”.

-Sí. -suspiró don Pepe.

Arturo ROBSY