martes, 18 de diciembre de 2007

ANTINAVIDAD, QUÉ TÍOS


ANTINAVIDAD

Uno de los problemas de la pervivencia de las civilizaciones es la persistencia de la historia de los tontos. Al observarla, otros tontos de mayor rango han concluido una síntesis inapelable con la que hicieron verdades de consumo y de anticonsumo. De este modo, de cada cinco pensadores del Tercer Milenio, cuatro y medio están convencidos de que la Historia es Cíclica. Se trata del Eterno Retorno materialista de Nietzsche: con los eones, decía, llegará el día en que todos los átomos del universo volverán a ocupar la posición de hoy y todos estaremos en boga de nuevo. Y es verdad, si hay suficiente tiempo, porque Nietzsche no era matemático ni le embaucaba la propaganda: de lo cotrario hubiera comprendido que hay más átomos en una gota de agua que estrellas en la creación y que sólo la eternidad es el límite para los años que habría que esperar a que los escurridizos átomos se agruparan como ahora mismo están.

Otro de los discípulos de Hegel fue Marx, mucho menos inteligente que Nietzsche y, por lo tanto, más práctico. Hay que dudar que percibiera el problema del factor tiempo en el Eterno Retorno, pero al hombre le gustaba también ver el mundo como pura mecánica, como un automatismo inevitable de la naturaleza: por ello decidió que, sin necesidad de esperar eones, la historia se repetía sin la ayuda del átomo. ¡Era tan sencillo aplicar las teorías evolutivas no sólo a los bichos y al hombre, sino a los hechos de los hombres, que son la Historia!

La idea era muy buena si se tenía que explicar a la bobería internacional; porque en el Siglo XIX, tras la francesada europea, quedaba poca gente dispuesta de mirar con cuidado el universo y muchísima decidida a comulgar con lo que el poder pensara, aunque pensara en las musarañas. Tras las catástrofes, las personas meditan sobre lo que se les manda, y la idea cíclica de Marx, mezclada con unos pellizcos de mesianismo, entraba muy bien, como el vino dulce: En un principio –se resume- había tíos con garrota y mujeres poco exigentes, que es no conocer a las mujeres, que siempre hilan fino. Así aparecieron las gens, o sea, una familia con un Padre, de la que, con el tiempo, llegaban a depender, como clientes, otras familias emparentadas. Piensen ustedes en Abraham y se harán una idea. Más o menos diez gens hacían una decuria y en ella había lazos de parentesco lejanos pero eficaces. Y unas treinta gens hacían una tribu. La vieja Roma tuvo tres tribus y sus Pater Familias tenían derecho de horca y cuchillo sobre los familiares.

Todo estaba muy bien pensado, pero en el vacío: El hombre solitario robaba una mujer y se establecía. De su familia, por esquejes, nacían otras y se organizaban todos en gens. Aún hoy decimos a veces que “Es buena gente” en lugar de la modernidad de “Es de buena familia”. Una evolución marxista perfecta que de la gens pasaba a la tribu, de la tribu a la ciudad y de la ciudad al reino, o sea, del Patriarca al Caudillo y de éste al alcalde. Siempre más o menos: hay que recordar que se trata de pensamientos torvos del Siglo XIX.

En cualquier caso los lazos entre las personas eran vagamente familiares y los cargos sociales se traspasaban entre la misma familia. Miren a Jerusalem, que era hacia donde miró Marx, y verán que tipos como Anás y Caifás eran de la misma familia y que siempre era así. De ahí a imaginar que los primeros jerarcas de la sociedad fueron los sacerdotes no había distancia, así que, tras la primera evolución del hombre solo al grupo, sucedió la segunda, centrada en los jefes: Primero mandaron sacerdotes, luego sacerdotes-jueces y vinieron los reyes-jueces. Todas clases elevadas y hereditarias, reservadas a ciertas familias. Todavía entre nosotros para ser rey ha sido necesario pertenecer a la familia Borbón que, en la antigüedad y en Francia, curaba los lamparones como señal de ser lo que eran por la gracia de Dios.

La tercera evolución marxista, vista desde el Siglo XIX, se refería a la clase social: de los reyes familiares por la gracia de Dios, la Revolución había pasado a los ciudadanos, especialmente a los ciudadanos propietarios: de entre ellos, que sabían leer y algo de cuentas, salían los cargos públicos y los Presidentes. Pero seguía siendo un asunto familiar y la base extensa de la pirámide, el pueblo, seguía en las mismas condiciones que el pueblo de los reyes y el de los sacerdotes. Metió mano indecorosa a su maestro Hegel e hizo a la historia una dialéctica, que hoy se llamaría, aproximadamente, una sinergia. La tesis eran los Reyes de una misma familia, o sangre real. La antítesis, la clase media enriquecida, sin sangre real pero con capacidad para decapitar a los reyes. La síntesis sería, pues, que la clase popular, la que con su obediencia daba el poder a unos o a otros, fuera oficialmente lo que era en la realidad: el poder, y de ahí se inventó el grito el sr. Guerra: “Too pal pueblo”. Quedaba inventada la Clase Burocrática. O sea, el papeleo.

Estaba claro, para los primeros sacudidos por la doctrina marxista, que se había terminado el dicho de que “caduno es caduno y cadacual con su cadacuala”. Todos iguales. La nación territorial pasaba a campo comunal y se gobernaría en nombre del pueblo. Mal comparado, como los romanos: Senado y Pueblo de Roma. Pero sin senado, que, en adelante, sería el partido único, el conducator, el führer, el duce, el que pastorearía a la gente hasta llegar a los campos de promisión, una sociedad sin propiedad y sin jefes, donde el hombre nuevo haría todo por desinteresada solidaridad, dentro de un mundo intensamente moral y cooperativo.

A todos los efectos intelectuales, incluido el Cociente de Inteligencia, el valor de aquel pensamiento utópico, materialista y estrábico, era el del conocido dicho “átame esa mosca por el rabo”, o, quizá, el de este otro: “aquí me las den todas”. Pero demostró una vez más que cuanto más disparatada es una teoría falsa, una mentira, mejor se la cree la gente, mejor se la traga aunque tenga un amargo sabor.

Con esto bien esclarecido, hemos de volver a lo que se decía al principio sobre la Historia Cíclica. La Historia, tan impalpable, pensaba por su cuenta, como la Evolución por la suya: Palabras, puras palabras que, como las demás, carecen de órganos con los que hacer planes. Pero la naturaleza humana es animista y un punto animal. Hoy, mentes hechas y derechas, o izquierdas, creen firmemente que la historia se repite, una y otra vez y que sólo dejará de hacerlo o cuando se alcance le sociedad feliz y comunista, o cuando, según Fukuyama, se haya alcanzado el máximo de libertad, de justicia y de riqueza, que es ahora: no se puede ir más allá. Non plus ultra. ¿Y si estamos en lo mejor posible, por qué cambiar? Así pensaba el doctor Pangloss, de Voltaire, en Cándido: el mejor de los mundos posibles. De donde se deduce –y perdónenme los afectados- que la Historia cíclica y el modo en que se estabilizará como una batería de vasos comunicantes, es una teoría no sólo falsa, sino reaccionaria que permitirá detener la sociedad en nombre del progreso y dedicarse a aplanar lo pasado hasta que quede llano y conforme con la teoría. Es de temer que nuestros socialistas de la corte zapatera, creen en la historia de repetición y creen que la dialéctica nos conduce inevitablemente a la República por orden de las inaplazables leyes de la materia. Y de las de la mala leche vengativa sin causa. De sobra saben que los malos eran ellos.

Sin embargo, la historia parece repetirse. Con los ojos desnudos se ve que la Primera República, con la acusación de envenenar las fuentes, se cargó tantos sacerdotes como pudo; y que la Segunda, con el asunto de los caramelos envenenados, hizo igual. O sea, eso es una clara repetición y habría qué ver lo que los sacerdotes envenenarían en la Tercera para conseguir ser asesinados. Algo semejante pasa con las dos Guerras Mundiales, los mismos bandos enfrentados y la intervención tardía de los Estados Unidos. Hasta con la “Emigración del Poder Mundial”. El Imperio ha seguido el camino del sol y de Persia fue a Grecia y de ella a Roma, y de Roma a España y a Inglaterra, hasta aposentarse temporalmente en los Estados Unidos, donde seguro que hay algún subcomité estudiando cuándo y por qué pasará a la China.

Hay que recomendar a los amigos algo muy sencillo en la edad de la Biología: Volved al “Gen”; admirad la doble hélice y, si es necesario, considerad a la Oveja Dolly, aquella santa. Porque la historia no puede repetirse: no es consistente, no tiene celebro ni mente y no es más lista que quienes se inventaron este estropicio del pensamiento claro. Volved al gen y preguntaos por qué de un Progenitor A y un Progenitor B rubios, nace un vástago rubio. O por qué muchos heredan las orejas del padre o el sexo de la madre Y aquello de los guisantes rugosos de Mendel. ¿Por qué, tras años de evolución para la supervivencia de los mejores, el universo mundo está rebosante de miopes, astigmáticos, daltónicos, hemofílicos, diabéticos, “cataráticos” –por así decir- colesterosos, sordos, ciegos y la demás gimiente estirpe de los enfermos? ¿Es que evolucionamos hacia la enfermedad? Nada más se añadirá porque, hoy, burlarse de la evolución, del gran simio y del pensamiento organizado sin origen, se pena con la burla mundial en los medios o con encierros en el archipiélago GULAG de cada nación.

Pero en el mundo inteligente lo que sí se repite sin cesar es el hombre mismo, que no es único ni intransferible. En las familias reaparecen no sólo características físicas sino intelectuales, y las hay con gran abundancia de vástagos inteligentes como las hay con sobredotación de asnos. Además, adónde no llega el gen llega la educación masiva obligatoria, donde se inculcan como reales hechos y teorías sin demostración y donde se da por fábula el tesoro de la metafísica. O sea, en el siglo XIII se enseñaba en las “scholas” de la Iglesia (las únicas) que el sol giraba en torno a la tierra exactamente igual que hoy la legión de maestros graban, en los cerebros en blanco que les han confiado, que sólo es posible la libertad si se participa a través de partidos políticos.

Es el caso que muchos tipos de hombre sí se repiten. Somos cíclicos de mala manera, y está bien estudiado que las personas de una forma de ser determinada, apopléjicos, asesinos, ladrones, falsarios o, en moderno, anales, leptosomáticos, psicópatas, cerebrotónicos y demás, se han portado de forma semejante a lo largo de los siglos. Por ejemplo, Godoy, Príncipe de la Paz, era un pícnico, lo mismo que Moratinos, ministro de Exteriores. ¿Se ha estudiado la semejanza o desemejanza de sus ideas naturales?

El tonto, el imprudente, el irreflexivo, el iracundo, el avaro, el espeso, son de repetición. Siempre los ha habido, como los orangutanes. Y si la historia parece repetirse es porque acaba en manos de personas muy semejantes a las que la protagonizaron a lo largo de los siglos. El buen gobernante trae buenos tiempos; y el malo, malos, y ese es todo el secreto, una vez que se acepta que esos tipos de repetición alumbran ideas repetidas, aunque convencidos de su genial novedad. Por eso las Repúblicas Españolas matan curas y cristianos y los matarán si regresan. Por eso Alemania se vuelve contra Francia sin remedio, y viceversa. Por eso la gente que quiere dar derechos a los “grandes simios” es gente que no suele amar a los animales ni ha crecido con ellos en casa. Por eso hay hombres que buscan y hombres que se conforman. O sea, porque la Historia es irrepetible en sí misma, pero los tontos no: o se les ocurren simplezas o las roban de un manual de filosofía.

Y así es como se llega al título extraño de Antinavidad, que en el original viene como “Antinadal”, o sea en catalán. Y viene en un periódico de la Iglesia, de una diócesis que no es catalana pero que anda trastornada y en malas compañías socialcomunistas, con agravantes separatistas. En ese periódico, o Diario Menorca, viene, a dos columnas, una entradilla en negrita: “Arte contemporáneo con ganas de provocar cambios”, y, debajo, a cinco columnas, “ «Antinavidad» como alternativa a los excesos”, donde, claro es, no se habla ni del nacimiento de Dios ni del solsticio siquiera. Dicen Antinavidad y, como buenos clerical-socialistas, se dedican a la crítica de las actividades comerciales de estas semanas: que si árboles, que si camellos, que si reyes, que si consumo de cosas inútiles… Nada, por supuesto, del consumo de ideas inútiles, porque para dar un palo al consumismo no hace falta hacer una Antinavidad sino una Navidad cierta: La Renovación del universo con el hombre a través de la fe. El origen mismo de la fe, que es la que da valor y comprensión, y el principio de la redención.

Pero esta Antinavidad es otra cosa, aunque enmascarada. Comienzan estos genios por algo con lo que simpatizar: “Que se pueda vivir libremente sin que uno se sienta en la obligación de ser feliz porque ese día toca (serlo)”. No lo dicen, por ejemplo, cuando los pueblos “arden en fiestas” y todos hacen el bestia precisamente porque “toca”. Ni abominan del domingo o de sabbat. Lo que duele es que en Navidad toque la felicidad, quizá porque esa fiesta es un movimiento del espíritu hacia la verdad que es la que gobierna la libertad”.

En la fiesta de inauguración se invitaba a “calimocho” (escrito Calimotxo) y a “gusanitos mix”, o sea, una fiesta de la gusanación, con presencia de músiva en conserva y de un acto cultural de primera especial. Un espectáculo casi insólito: “Grafitti en directo, de las manos de Osiris”. Osiris, si no hay error u omisión, es un señor con camisa de leñador, a cuadros, que cubre sus notables facciones con un filtro de pintor en masa.

Veamos: llegan los convidados, se atizan un calimocho en vaso –o a morro, dado el estilo cultural-, muerden algunos gusanos desprevenidos y contemplan como Osiris, notable de la Antinavidad, pinta a “espray” varios metros cuadrados. La parte que se ve en la foto del reportaje contiene, arriba, las siluetas de tres camellos negros. A media distancia, una $, de dólar enorme, del que cuelgan bolas navideñas, lucecitas de colores y, en lo alto, la estrella de Navidad. A su sombra, un Papá Noel enseña u ofrece una bolsa de dinero a un soldado de cuya nariz cae un carámbano, seguramente o sangre o moco. Y al lado, otro soldado con dentadura de piraña se abalanza contra algo que la foto no deja ver, mientras le sale por la nariz lo que parece un chorro de fuego. ¿Y si alguien explicara a Osiris que la $ es un símbolo trincado a España donde los palotes verticales son las Columnas de Hércules, y la forma de S la cenefa en que se lee “Non Plus Ultra?” Claro que, a lo mejor, tienen esa furia anti-estadounidense porque saben que el águila calva de su escudo lleva en su garra izquierda un haz de flechas.

Parece que la Antinavidad está servida con su opresión al pueblo, sus símbolos comerciales, sus militares asesinos y su imperialismo capitalista coronado por la estrella de Belén. No se nota bien pero, viniendo de quienes viene, es posible que esos soldados salvajes no sean árabes ni americanos, sino israelíes, porque las izquierdas españolas, por algún misterio que se me escapa, son antisemitas hasta el tuétano, o sea hasta el cerebro que es el tuétano de la cabeza. Esta es, como se ve, toda la originalidad posible con el empleo de los símbolos consagrados por la tozudez: abajo los Estados Unidos, abajo el dólar, abajo los ejércitos y abajo la Navidad. Los tres camellos, sin reyes encima, son un adorno para que la gente se percate que eso pasa en Oriente.

Estos antinavideños no quieren que nadie les obligue a ser felices en determinadas fechas; ni siquiera a tener ideas nuevas durante ellas y pintan a aerosol, como con aerógrafo, los símbolos de lo que hace desgraciada a la humanidad: Estados Unidos y, quizá, Israel, y hasta se comprende lo natural que es que se publique en un periódico de la Iglesia bajo el título de Antinavidad. Es la osadía de la juventud a la hora de repetir las consignas del siglo pasado. Falta, sin embargo, algún plutócrata devorando las ovejas del portal, algún alcalde extrayendo los tributos de pastores maniatados, algún Mig-21 bombardeando con martillos y hoces de caramelo y la vieja imagen de la República, con su corona mural, enseñando las tetas a un puñado de milicianos. Y judas. Falta Judas.

También falta, en lo alto, un falso ángel, con alzacuellos, pendiente de una cuerda transparente, desplegando un papiro –o un palimpsesto de los apócrifos- que diga « Social-Nacionalismo en la tierra a los hombres de poca voluntad”. Ya les gustaría, ya, que el mal de caletre arrasara la civilización, pero es sabido que el Social-Nacionalismo, si bien sabe como derribar, no tiene idea de cómo se construye una sociedad justa. Todas le salen campos de concentración. Incluso en Navidad.

Arturo ROBSY